ASTRONAUTAS,
DIOSES Y SEMIDIOSES DE LA ANTIGUEDAD- 1
DIOS NO HAY SINO UNO......SU NOMBRE ES JEHOVÀ EL ALTÌSIMO
SU HIJO ES EL SEÑOR JESUS CRISTO
LA HISTORIA
ALTERNATIVA
RELATOS
FANTÀSTICOS DE LA CLEPXYDRA
INTRODUCCIÓN
Hace unos
445.000 años, astronautas de otro planeta llegaron a la Tierra en busca de oro.
Tras
amerizar en uno de los mares de la Tierra, desembarcaron y fundaron Eridú,
«Hogar en la Lejanía». Con el tiempo, el asentamiento inicial se extendió hasta
convertirse en la flamante Misión Tierra, con un Centro de Control de Misiones,
un espaciopuerto, operaciones mineras e, incluso, una estación de paso en
Marte.
Escasos de
mano de obra, los astronautas utilizaron la ingeniería genética para darle
forma a los Trabajadores Primitivos - el Homo sapiens. Más tarde, el Diluvio
barrió la Tierra en una inmensa catástrofe que hizo necesario un nuevo
comienzo; los astronautas se convirtieron en dioses y le concedieron la
civilización a la Humanidad, transmitiéndosela a través del culto. Después,
hace unos cuatro mil años, todo lo conseguido se desmoronó en una catástrofe
nuclear provocada por los visitantes en el transcurso de sus propias
rivalidades y guerras.
Todo lo
ocurrido en la Tierra, y especialmente los acontecimientos acaecidos desde el
inicio de la historia del ser humano, lo ha recogido Zecharia Sitchin en su
serie de Crónicas de la Tierra, a partir de la Biblia, de tablillas de arcilla,
de mitos de la antigüedad y de descubrimientos arqueológicos. Pero, ¿qué
ocurrió antes de los acontecimientos en la Tierra, qué ocurrió en el propio
planeta de los astronautas, Nibiru, que les llevó a los viajes espaciales, a su
necesidad de oro y a la creación del Hombre?
¿Qué
emociones, rivalidades, creencias, morales (o ausencia de éstas) motivaron a
los principales protagonistas en las sagas celestes y espaciales? ¿Cuáles
fueron las relaciones que llevaron a una escalada de la tensión en Nibiru y en
la Tierra, qué tensiones surgieron entre viejos y jóvenes, entre los que habían
llegado de Nibiru y los nacidos en la Tierra? ¿Y hasta qué punto lo sucedido
vino determinado por el Destino -un destino cuyo registro de acontecimientos
del pasado guarda la clave del futuro?
¿No sería
prometedor que uno de los principales protagonistas, un testigo presencial que
podía distinguir entre Suerte o Hado y Destino, registrara para la posteridad
el cómo, el dónde, el cuándo y el porqué de todo, los Principios y los Finales?
Pues eso es,
precisamente, lo que algunos de ellos hicieron; ¡y entre los principales de
éstos estuvo el líder que comandó el primer grupo de astronautas!
Tanto
expertos como teólogos reconocen en la actualidad que los relatos bíblicos de
la Creación, de Adán y Eva, del Jardín del Edén, del Diluvio o de la Torre de
Babel se basaron en textos escritos milenios antes en Mesopotamia, en especial
escritos por los sumerios. Y éstos, a su vez, afirmaban con toda claridad que
obtuvieron sus conocimientos acerca de lo acontecido en el pasado (muchos de
ellos de una época anterior al comienzo de las civilizaciones, incluso anterior
al nacimiento de la Humanidad) de los escritos de los Anunnaki («Aquellos Que
del Cielo a la Tierra Vinieron»), los «dioses» de la antigüedad.
Como
resultado de un siglo y medio de descubrimientos arqueológicos en las ruinas de
las civilizaciones de la antigüedad, especialmente en Oriente Próximo, se han
descubierto un gran número de estos primitivos textos; los hallazgos han
revelado un gran número de textos desaparecidos -los llamados libros perdidos-
que, o bien se mencionaban en los textos descubiertos, o se inferían a partir
de ellos, o era conocida su existencia debido que habían sido catalogados en
las bibliotecas reales o de los templos.
En
ocasiones, los «secretos de los dioses» se revelaron en parte en relatos
épicos, como en la Epopeya de Gilgamesh, que desvelan el debate que tuvo lugar
entre los dioses y que llevó a la decisión de que la Humanidad pereciera en el
Diluvio, o en un texto titulado Atra Hasis, que recuerda el motín de los
Anunnaki que trabajaban en las minas de oro y que llevó a la creación de los
Trabajadores Primitivos -los Terrestres. De cuando en cuando, los mismos
líderes de los astronautas fueron los que crearon las composiciones; a veces,
dictando el texto a un escriba, como en el titulado La Epopeya de Erra, en el
cual uno de los dos dioses que desencadenaron la catástrofe nuclear intentó
inculpar a su adversario; a veces, haciendo de escriba el mismo dios, como
ocurre con el Libro de los Secretos de Thot (el dios egipcio del conocimiento),
que el mismo dios había ocultado en una cámara subterránea.
Según la
Biblia, cuando el Señor Dios Yahveh le dio los Mandamientos a su pueblo
elegido, los inscribió en un principio por su propia mano en dos tablas de
piedra que le entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Pero, después de que Moisés
arrojara y rompiera estas tablas como respuesta al incidente del becerro de
oro, las nuevas tablas las inscribió el mismo Moisés, por ambos lados, mientras
permaneció en el monte durante cuarenta días y cuarenta noches, tomando al
dictado las palabras del Señor.
Si no
hubiera sido por un relato escrito en un papiro de la época del faraón egipcio
Khufu (Keops) concerniente al Libro de los Secretos de Thot, no se habría
llegado a conocer la existencia de ese libro. Si no hubiera sido por las
narraciones bíblicas del Éxodo y el Deuteronomio, nunca habríamos sabido nada
de las tablas divinas ni de su contenido; todo esto se habría convertido en
parte de la enigmática colección de los «libros perdidos» cuya existencia nunca
habría salido a la luz. Y no resulta tan doloroso el hecho de que, en algunos
casos, sepamos que hayan existido determinados textos, como que su contenido
permanezca en la oscuridad.
Éste es el caso del Libro de las Guerras de Yahveh
y del Libro de Jasher (el «Libro del Justo»), que se mencionan específicamente
en la Biblia. En al menos dos casos, se puede inferir la existencia de libros
antiguos (textos primitivos conocidos por el narrador bíblico).
l capítulo 5
del Génesis comienza con la afirmación «Éste es el libro del Toledoth de Adán»,
traduciéndose normalmente el término Toledoth como «generaciones», pero su
significado más preciso es «registro histórico o genealógico». De hecho, a lo
largo de milenios, han sobrevivido versiones parciales de un libro que se
conoció como el Libro de Adán y Eva en armenio, eslavo, siriaco y etíope; y el Libro
de Henoc (uno de los llamados libros apócrifos que no se incluyeron en la
Biblia canónica) contiene fragmentos que, según los expertos, pertenecieron a
un libro mucho más antiguo, el Libro de Noé.
Un ejemplo
que se menciona con frecuencia sobre el gran número de libros perdidos es el de
la famosa Biblioteca de Alejandría, en Egipto. Fundada por el general Tolomeo
tras la muerte de Alejandroen el 323 a.C, se dice que contenía más de medio
millón de «volúmenes», de libros inscritos en diversos materiales (arcilla,
piedra, papiro, pergamino). Aquella gran biblioteca, donde los eruditos se
reunían para estudiar el conocimiento acumulado, se quemó y fue destruida en
las guerras que se desarrollaron entre el 48 a.C. y la conquista árabe, en el
642 d.C. Lo que ha quedado de sus tesoros es una traducción al griego de los
cinco primeros libros de la Biblia hebrea, y fragmentos que se conservaron en
los escritos de algunos de los eruditos residentes de la biblioteca.
Y es así
como sabemos que el segundo rey Tolomeo comisionó, hacia el 270 a.C, a un
sacerdote egipcio al que los griegos llamaron Manetón para que recopilara la
historia y la prehistoria de Egipto. Al principio, escribió Manetón, sólo los
dioses remaron allí; luego, los semidioses y, finalmente, hacia el 3100 a.C,
comenzaron las dinastías faraónicas. Escribió que los reinados divinos
comenzaron diez mil años antes del Diluvio y que se prolongaron durante miles
de años, presenciándose en el último período batallas y guerras entre los
dioses.
En los
dominios asiáticos de Alejandro, donde el cetro cayó en manos del general
Seleucos y de sus sucesores, también tuvo lugar un empeño similar por
proporcionar a los sabios griegos un registro de los acontecimientos del
pasado. Un sacerdote del dios babilónico Marduk, Beroso, con acceso a las
bibliotecas de tablillas de arcilla, cuyo centro era la biblioteca del templo
de Jarán (ahora en el sudeste de Turquía), escribió una historia de dioses y
hombres en tres volúmenes que comenzaba 432.000 años antes del Diluvio, cuando
los dioses llegaron a la Tierra desde los cielos. En una lista en la que
figuraban los nombres y la duración de los reinados de los diez primeros
comandantes, Beroso decía que el primer líder, vestido como un pez, llegó a la
costa desde el mar. Era el que le daría la civilización a la Humanidad, y su
nombre, pasado al griego, era Oannes.
Encajando muchos
detalles, ambos sacerdotes hicieron entrega de relatos de dioses del cielo que
habían venido a la Tierra, de un tiempo en que sólo los dioses reinaban en la
Tierra y del catastrófico Diluvio. En los trozos y en los fragmentos
conservados (en otros escritos contemporáneos) de los tres volúmenes, Beroso
daba cuenta específicamente de la existencia de escritos anteriores a la Gran
Inundación -tablillas de piedra que se ocultaron para salvaguardarlas en una
antigua ciudad llamada Sippar, una de las ciudades originales que fundaran los
antiguos dioses.
Aunque
Sippar fue arrollada y arrasada por el Diluvio, al igual que el resto de las
ciudades antediluvianas de los dioses, apareció una referencia a los escritos
antediluvianos en los anales del rey asirioAssurbanipal (668-633 a.C). Cuando,
a mediados del siglo XIX los arqueólogos descubrieron la antigua capital asiría
de Nínive (hasta entonces, conocida sólo por el Antiguo Testamento), hallaron
en las ruinas del palacio de Assurbanipal una biblioteca con los restos de
alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas. Coleccionista asiduo de
«textos antiguos», Assurbanipal hacía alarde en sus anales:
«El dios de
los escribas me ha concedido el don del conocimiento de su arte; he sido
iniciado en los secretos de la escritura; incluso puedo leer las intrincadas
tablillas en sumerio; entiendo las palabras enigmáticas cinceladas en la piedra
de los días anteriores a la Inundación».
Sabemos
ahora que la civilización sumeria floreció en lo que es ahora Iraq casi un
milenio antes de los inicios de la época faraónica en Egipto, y que ambas
serían seguidas posteriormente por la civilización del Valle del Indo, en el
subcontinente indio.
También sabemos ahora que los sumerios fueron los primeros
en plasmar por escrito los anales y los relatos de dioses y hombres, de los
cuales todos los demás pueblos, incluidos los hebreos, obtuvieron los relatos
de la Creación, de Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio y la Torre de Babel; y
de las guerras y los amores de los dioses, como se reflejaron en los escritos y
los recuerdos de los griegos, los hititas, los cananeos, los persas y los
indoeuropeos. Como atestiguan todos estos antiguos escritos, sus fuentes fueron
aún más antiguas; algunas descubiertas, muchas perdidas.
El volumen de
estos primitivos escritos es asombroso; no miles, sino decenas de miles de
tablillas de arcilla se han descubierto en las ruinas del Oriente Próximo de la
antigüedad. Muchas tratan o registran aspectos de la vida cotidiana, como
acuerdos comerciales o salarios de los trabajadores, o registros matrimoniales.
Otros, descubiertos principalmente en las bibliotecas palaciegas, conforman los
Anales Reales; otros más, descubiertos en las ruinas de las bibliotecas de los
templos o en las escuelas de escribas, conforman un grupo de textos canónicos,
de literatura sagrada, que se escribieron en lengua sumeria y se tradujeron
después al acadio (la primera lengua semita) y, más tarde, a otras lenguas de
la antigüedad. E, incluso, en estos escritos primitivos, que se remontan a casi
seis mil años, encontramos referencias a «libros» (textos inscritos en
tablillas de piedra) perdidos.
Entre los
hallazgos increíbles (pues decir «afortunados» no transmitiría plenamente la
idea de milagro) realizados en las ruinas de las ciudades de la antigüedad y en
sus bibliotecas, se encuentran unos prismas de arcilla donde aparece
información de los diez soberanos antediluvianos y de sus 432.000 años de
reinado, una información a la que ya aludía Beroso. Conocidas como las Listas
de los Reyes Sumerios (y exhibidas en el Museo Ashmolean de Oxford,
Inglaterra), sus distintas versiones no dejan lugar a duda de que los
compiladores sumerios tuvieron acceso a cierto material común o canónico de
textos primitivos. Junto con otros textos, igualmente antiquísimos,
descubiertos en diversos estados de conservación, estos textos sugieren
rotundamente que el cronista original de la Llegada, así como de los
acontecimientos que la precedieron y la siguieron, había sido uno de aquellos
líderes, un participante clave, un testigo presencial.
Ese testigo
presencial de los acontecimientos y participante clave en ellos era el líder
que había amerizado con el primer grupo de astronautas. En aquel momento, su
nombre-epíteto era E.A., «Aquel Cuyo Hogar Es Agua», y sufrió la amarga
decepción de que el mando de la Misión Tierra se le diera a su hermanastro y
rival EN.LIL («Señor del Mandato»), una humillación que no quedaría
suficientemente mitigada con la concesión del título de EN.KI, «Señor de la
Tierra».
Relegado de
las ciudades de los dioses y de su espaciopuerto en el E.DIN («Edén») para
supervisar la extracción de oro en el AB.ZU (África sudoriental), Ea/Enki fue,
además de un gran científico, el que descubrió a los homínidos que habitaban
aquellas zonas. Y, de este modo, cuando se amotinaron y dijeron «¡Ya basta!»
los Anunnaki que trabajaban en las minas, fue él quien pensó que la mano de
obra que necesitaban se podía conseguir adelantándose a la evolución por medio
de la ingeniería genética; y así apareció el Adam (literalmente, «El de la
Tierra», el Terrestre). Como híbrido que era, el Adán no podía procrear; pero
los acontecimientos de los que se hace eco el relato bíblico de Adán y Eva en
el Jardín del Edén dan cuenta de la segunda manipulación genética de Enki, que
añadió los genes cromosómicos extras necesarios para la procreación.
Y cuando la
Humanidad, al proliferar, resultó no adecuarse a lo que tenían previsto los
dioses, fue él, Enki, el que desobedeció el plan de su hermano Enlil de dejar
que la Humanidad pereciera en el Diluvio, unos acontecimientos en los que el
héroe humano recibió el nombre de Noé en la Biblia, y Ziusudra en el texto
sumerio original, más antiguo.
Ea/Enki era
el primogénito de Anu, soberano de Nibiru, y como tal estaba versado en el
pasado de su planeta (Nibiru) y de sus habitantes. Científico competente, Enki
legó los aspectos más importantes de los avanzados conocimientos de los
Anunnaki a sus dos hijos, Marduk y Nin-gishzidda (que, como dioses egipcios,
eran conocidos allí como Ra y Thot respectivamente). Pero también jugó un papel
fundamental al compartir con la Humanidad ciertos aspectos de tan avanzados
conocimientos, enseñándoles a individuos seleccionados los «secretos de los
dioses».
En al menos
dos ocasiones, estos iniciados plasmaron por escrito (tal como se les indicó
que hicieran) aquellas enseñanzas divinas como legado de la Humanidad. Uno de
ellos, llamado Adapa, y probablemente hijo de Enki con una hembra humana, es
conocido por haber escrito un libro titulado Escritos referentes al Tiempo -uno
de los libros perdidos más antiguos. El otro, llamado Enmeduranki, fue con toda
probabilidad el prototipo del Henoc bíblico, aquel que fue elevado al cielo
después de confiar a sus hijos el libro de los secretos divinos, y del cual
posiblemente haya sobrevivido una versión en el extrabíblico Libro de Henoch.
A pesar de
ser el primogénito de Anu, Enki no estaba destinado a ser el sucesor de su
padre en el trono de Nibiru. Unas complejas normas sucesorias, reflejo de la
convulsa historia de los nibiruanos, le daba ese privilegio al hermanastro de
Enki, Enlil. En un esfuerzo por resolver este agrio conflicto, Enki y Enlil
terminaron en una misión en un planeta extraño -la Tierra-, cuyo oro
necesitaban para crear un escudo que preservara la cada vez más tenue atmósfera
de Nibiru. Fue en este marco, complicado aún más con la presencia en la Tierra
de su hermanastra Ninharsag (la oficial médico jefe de los Anunnaki), donde
Enki decidió desafiar los planes de Enlil de hacer que la Humanidad pereciera
en el Diluvio.
El conflicto
siguió adelante entre ambos hermanastros, e incluso entre sus nietos; y el
hecho de que todos ellos, y especialmente los nacidos en la Tierra, se
enfrentaran a la pérdida de longevidad que el amplio período orbital de Nibiru
les proporcionaba incrementó aún más las angustias personales y agudizó las
ambiciones. Y todo esto culminó en el último siglo del tercer milenio a.C,
cuandoMarduk, primogénito de Enki con su esposa oficial, proclamó que él, y no
el primogénito de Enlil, Ninurta, debía heredar la Tierra.
El amargo conflicto,
que supuso el desarrollo de una serie de guerras, llevó al final a la
utilización de armas nucleares; aunque no intencionado, el resultado de todo
ello fue el hundimiento de la civilización sumeria.
La
iniciación de individuos escogidos en los «secretos de los dioses» marcó los
inicios del Sacerdocio, los linajes de mediadores entre los dioses y el pueblo,
los transmisores de la Palabra Divina a los mortales terrestres. Los oráculos
(interpretaciones de los pronunciamientos divinos) se mezclaron con la
observación de los cielos en busca de augurios. Y a medida que la Humanidad se
vio arrastrada a tomar parte en los conflictos de los dioses, la Profecía
comenzó a jugar su papel. De hecho, la palabra para designar a estos portavoces
de los dioses que proclamaban lo que iba a pasar, Nabih, era el epíteto del
hijo primogénito de Marduk, Nabu, que en nombre de su padre, exiliado, intentó
convencer a la Humanidad de que los signos celestes indicaban la inminente
supremacía de Marduk.
Este estado
de cosas llevó a la necesidad de diferenciar entre Suerte y Destino. Las
promulgaciones de Enlil, y a veces incluso de Anu, que siempre habían sido
incuestionables, se veían sujetas ahora al examen de la diferencia entre NAM
(el Destino, como las órbitas planetarias, cuyo curso está determinado y no se
puede cambiar) y NAM.TAR, literalmente, el destino que puede ser torcido, roto,
cambiado (que era la Suerte o el Hado). Revisando y rememorando la secuencia de
los acontecimientos, y el paralelismo aparente entre lo que había sucedido en
Nibiru y lo que había ocurrido en la Tierra, Enki y Enlil comenzaron a ponderar
filosóficamente lo que, ciertamente, estaba destinado y no se podía evitar, y
el hado que venía como consecuencia de decisiones acertadas o equivocadas y del
libre albedrío. Éstas no se podían predecir, mientras que las primeras se
podían anticipar (especialmente, si eran cíclicas, como las órbitas
planetarias; si lo que fue volvería a ser, si lo Primero también sería lo
Último).
Las
consecuencias climáticas de la desolación nuclear agudizaron el examen de
conciencia entre los líderes de los Anunnaki y llevaron a la necesidad de
explicar a las devastadas masas humanas por qué había ocurrido aquello. ¿Había
sido cosa del destino, o había sido el resultado de un error de los Anunnaki?
¿Había algún responsable, alguien que tuviera que rendir cuentas?
En las
reuniones de los Anunnaki en las vísperas de la calamidad, fue Enki el único
que se opuso a la utilización de las armas prohibidas. De ahí la importancia
que tuvo para Enki explicar a los supervivientes qué había sucedido en la saga
de los extraterrestres que, a pesar de sus buenas intenciones, habían terminado
siendo tan destructores. ¿Y quién, sino Ea/Enki, que había sido el primero en
llegar y presenciarlo todo, era el más cualificado para relatar el Pasado, con
el fin de poder adivinar el Futuro? Y la mejor forma de relatarlo todo era en
un informe, escrito en primera persona por el mismo Enki.
Es cierto
que hizo una autobiografía, por lo que se deduce de un largo texto (pues se extiende
al menos en doce tablillas) descubierto en la biblioteca de Nippur, donde se
cita a Enki diciendo:
Cuando
llegué a la Tierra, había mucho inundado.
Cuando
llegué a sus verdes praderas, montículos y cerros se levantaron a mis órdenes.
En un lugar
puro construí mi hogar, un nombre adecuado le di.
Este largo
texto continúa diciendo que Ea/Enki asignó tareas a sus lugartenientes,
poniendo en marcha su Misión en la Tierra.
Otros muchos
textos, que relatan diversos aspectos del papel de Enki en los acontecimientos
que siguieron sirven para completar el relato de Enki; entre ellos hay una
cosmogonía, una Epopeya de la Creación, en cuyo núcleo se halla el propio texto
de Enki, que los expertos llaman La Génesis de Eridú. En ellos, se incluyen
descripciones detalladas del diseño del Adán, y cuentan cómo otros Anunnaki,
varón y hembra, llegaron hasta Enki en su ciudad de Eridú para obtener de él el
ME, una especie de disco de datos donde se hallaban codificados todos los
aspectos de la civilización; y también hay textos de la vida privada y de los
problemas personales de Enki, como el relato de sus intentos por conseguir
tener un hijo con su hermanastra Ninharsag, sus promiscuas relaciones tanto con
diosas como con las Hijas del Hombre y las imprevistas consecuencias que se
derivaron de todo ello.
El texto del
Atra Hasis arroja luz sobre los esfuerzos de Anu por prevenir un estallido de
las rivalidades Enki-Enlil al dividir los dominios de la Tierra entre ellos; y
los textos que registran los acontecimientos que precedieron al Diluvio
reflejan casi palabra por palabra los debates del Consejo de los Dioses sobre
la suerte de la Humanidad y el subterfugio de Enki conocido como el relato de
Noé y el arca, relato conocido sólo por la Biblia, hasta que se encontró una de
sus versiones originales mesopotámicas en las tablillas de la Epopeya de
Gilgamesh.
Las
tablillas de arcilla sumerias y acadias, las bibliotecas de los templos
babilónicos y asirios, los «mitos» egipcios, hititas y cananeos, y las
narraciones bíblicas forman el cuerpo principal de memorias escritas de los
asuntos de dioses y hombres. Y por primera vez en la historia, este material
disperso y fragmentado ha sido reunido y utilizado, de la mano de Zecharia
Sitchin, para recrear el relato presencial de Enki, los recuerdos
autobiográficos y las penetrantes profecías de un dios extraterrestre.
Presentado
como un texto que hubiera dictado Enki a un escriba escogido, un Libro
Testimonial para ser desvelado en el momento apropiado, trae a la mente las
instrucciones de Yahveh al profeta Isaías (siglo vii a.C):
Ahora ven,
escríbelo en
una tablilla sellada,
grábalo como
un libro;
para que sea
un testimonio hasta el último día,
un
testimonio para siempre.
Isaías 30,8
Al tratar
del pasado, el mismo Enki percibió el futuro. La idea de que los Anunnaki,
ejercitando el libre albedrío, eran señores de su suerte (así como de la suerte
de la Humanidad) desembocó, en última instancia, en la constatación de que se
trataba de un Destino que, después de todo lo dicho y hecho, determinaba el
curso de los acontecimientos; y, por tanto, como reconocieron los profetas
hebreos, lo Primero será lo Último.
El registro
de los acontecimientos dictado por Enki se convierte, así pues, en el
fundamento de la Profecía, y el Pasado se convierte en Futuro.
ATESTACIÓN
Palabras de
Endubsar, escriba maestro, hijo de la ciudad de Eridú, sirviente del señor
Enki, el gran dios.
En el
séptimo año después de la Gran Calamidad, en el segundo mes, en el
decimoséptimo día, fui citado por mi maestro el Señor Enki, el gran dios,
benévolo creador de la Humanidad, omnipotente y misericordioso.
Yo estaba
entre los supervivientes de Eridú que habían escapado a la árida estepa cuando
el Viento Maligno se estaba acercando a la ciudad.
Y vagué por
el desierto, buscando ramas secas para hacer fuego. Y miré hacia arriba y he
aquí que un Torbellino llegó desde el sur. Tenía un resplandor rojizo, y no
hacía sonido alguno. Y cuando tocó el suelo, salieron de su vientre cuatro
largos pies y el resplandor desapareció. Y me arrojé al suelo y me postré, pues
sabía que era una visión divina.
Y cuando
levanté mis ojos, había dos emisarios divinos cerca de mí.
Y tenían
rostros de hombres, y sus vestidos brillaban como metal bruñido. Y me llamaron por
mi nombre y me hablaron, diciendo: Has sido citado por el gran dios, el señor
Enki. No temas, pues has sido bendecido. Y estamos aquí para llevarte a lo
alto, y llevarte hasta su retiro en la Tierra de Magan, en la isla en medio del
Río de Magan, donde están las compuertas.
Y mientras
hablaban, el Torbellino se elevó como un carro de fuego y se fue. Y me tomaron
de las manos, cada uno de ellos de una mano. Y me elevaron y me llevaron
velozmente entre la Tierra y los cielos, igual que se remonta el águila. Y pude
ver la tierra y las aguas, y las llanuras y las montañas. Y me dejaron en la
isla, ante la puerta de la morada del gran dios. Y en el momento en que me
soltaron de las manos, un resplandor como nunca había visto me envolvió y me
abrumó, y caí al suelo como si hubiera quedado vacío del espíritu de vida.
Mis sentidos
vitales volvieron a mí, como si despertara del más profundo de los sueños, por
el sonido de mi nombre al llamarme. Estaba en una especie de recinto. Estaba
oscuro, pero también había un aura. Entonces, la más profunda de las voces
pronunció mi nombre otra vez.
Y, aunque
pude escucharla, no hubiera sabido decir de dónde venía la voz, ni pude ver
quién era el que hablaba. Y dije, aquí estoy.
Entonces, la
voz me dijo: Endubsar, descendiente de Adapa, te he escogido para que seas mi
escriba, para que pongas por escrito mis palabras en las tablillas.
Y de pronto
apareció un resplandor en una parte del recinto. Y vi un lugar dispuesto como
el lugar de trabajo de un escriba: una mesa de escriba y un taburete de
escriba, y había piedras finamente labradas sobre la mesa. Pero no vi tablillas
de arcilla ni recipientes de arcilla húmeda. Y sobre la mesa sólo había un
estilo, y éste relucía en el resplandor como no lo hubiera podido hacer ningún estilo
de caña.
Y la voz
volvió a hablar, diciendo: Endubsar, hijo de la ciudad de Eridú, mi fiel
sirviente. Soy tu señor Enki. Te he convocado para que escribas mis palabras,
pues estoy muy turbado por la Gran Calamidad que ha caído sobre la Humanidad. Es
mi deseo registrar el verdadero curso de los acontecimientos, para que tanto
dioses como hombres sepan que mis manos están limpias. Desde el Gran Diluvio,
no había caído una calamidad tal sobre la Tierra, los dioses y los terrestres.
Pero el Gran Diluvio estaba destinado a suceder, no así la gran calamidad.
Ésta, hace siete años, no tenía que haber ocurrido. Se podía haber evitado, y
yo, Enki, hice todo lo que pude por impedirla; pero, ¡ay!, fracasé. ¿Y fue hado
o fue destino?
El futuro
juzgará, pues al final de los días un Día del Juicio habrá. En ese día, la
Tierra temblará y los ríos cambiarán su curso, y habrá oscuridad al mediodía y
un fuego en los cielos por la noche, será el día del regreso del dios
celestial. Y habrá quien sobreviva y quien perezca, quien sea recompensado y
quien sea castigado, dioses y hombres por igual, en ese día se descubrirá; pues
lo que venga a suceder, por lo que ha sucedido será determinado; y lo que
estaba destinado, en un ciclo será repetido, y lo que fue fruto del hado y
ocurrió sólo por la voluntad del corazón, para bien o para mal vendrá a ser
juzgado.
La voz cayó
en el silencio; después, el gran señor habló de nuevo, diciendo: Es por esta
razón que contaré el relato veraz de los Principios y de los Tiempos Previos y
de los Tiempos de Antaño; pues, en el pasado, el futuro se halla oculto.
Durante cuarenta días y cuarenta noches, yo hablaré y tú escribirás; cuarenta
será la cuenta de los días y las noches de tu trabajo aquí, pues cuarenta es mi
número sagrado entre los dioses. Durante cuarenta días y cuarenta noches, no
comerás ni beberás; sólo esta onza de pan y agua tomarás, y te mantendrá
durante todo tu trabajo.
Y la voz se
detuvo, y de pronto apareció un resplandor en otra parte del recinto. Y vi una
mesa y, sobre ella, un plato y una copa. Y me levan te para ir allí, y había
pan en el plato y agua en la copa.
Y la voz del
gran señor Enki habló de nuevo, diciendo: Endubsar, come el pan y bebe el agua,
y te mantendrás durante cuarenta días y cuarenta noches. E hice como me indicó.
Y después, la voz me indicó que me sentara ante la mesa de escriba, y el
resplandor se intensificó allí. No pude ver ninguna puerta ni abertura donde me
encontraba, sin embargo el resplandor era tan fuerte como el del sol del
mediodía.
Y la voz
dijo: Endubsar el escriba, ¿qué ves?
Y miré y vi
el resplandor que iluminaba la mesa, las piedras y el estilo, y dije: Veo unas
tablillas de piedra, y su tono es de un azul tan puro como el cielo. Y veo un
estilo como nunca antes había visto, su cuerpo no parece de caña, y su punta
tiene la forma de una garra de águila.
Y la voz
dijo: Son éstas las tablillas sobre las cuales inscribirás mis palabras. Por
expreso deseo mío, se han tallado del más fino lapislázuli, cada una de ellas
con dos caras lisas. Y el estilo que ves es la obra de un dios, el cuerpo está
hecho de electro y la punta de cristal divino. Se adaptará firmemente a tu
mano, y te será tan fácil grabar con él como marcar sobre arcilla húmeda. En
dos columnas inscribirás la cara frontal, en dos columnas inscribirás el dorso
de cada tablilla de piedra. ¡No te desvíes de mis palabras y mis declaraciones!
Y hubo una
pausa, y yo toqué una de las piedras, y sentí su superficie como una piel lisa,
suave al tacto. Y tomé el estilo sagrado, y lo sentí como una pluma en mi mano.
Y, después,
el gran dios Enki comenzó a hablar, y yo empecé a escribir sus palabras,
exactamente como las decía. A veces, su voz era fuerte; a veces, casi un
susurro. A veces, había gozo u orgullo en su voz; a veces, dolor o angustia. Y
cuando una tablilla quedaba inscrita en todas sus caras, tomaba otra para
continuar.
Y cuando
fueron dichas las últimas palabras, el gran dios se detuvo, y pude escuchar un
gran suspiro. Y dijo: Endubsar, mi sirviente, durante cuarenta días y cuarenta
noches has anotado fielmente mis palabras. Tu trabajo aquí ha terminado. Ahora,
toma otra tablilla, y en ella escribirás tu propia atestación; y al final de
ella, como testigo, márcala con tu sello; y toma la tablilla y ponla junto con
las otras en el cofre divino; pues, en el momento designado, los escogidos
vendrán hasta aquí y encontrarán el cofre y las tablillas, y sabrán todo lo que
yo te he dictado a ti; y que el relato veraz de los Principios, los Tiempos
Previos, los Tiempos de Antaño y la Gran Calamidad será conocido en lo sucesivo
como Las Palabras del Señor Enki. Y habrá un Libro de Testimonios del pasado, y
un Libro de dicciones del futuro, pues el futuro en el pasado se halla, y lo
primero también será lo último.
Y hubo una
pausa, y tomé las tablillas y las puse una a una en el orden correcto dentro
del cofre. Y el cofre estaba hecho de madera de acacia con incrustaciones de
oro en el exterior.
Y la voz de
mi señor dijo: Ahora, cierra la tapa del cofre y fija el cierre. E hice como se
me indicó.
Y hubo otra
pausa, y mi señor Enki dijo: Y en cuanto a ti, Endubsar, con un gran dios has
hablado y, aunque no me has visto, en mi presencia has estado. Por tanto, estás
bendecido, y serás mi portavoz ante el pueblo. Los amonestarás para que sean
justos, pues en ello estriba una buena y larga vida. Y los confortarás, pues en
el plazo de setenta años se reconstruirán las ciudades y las cosechas volverán
a crecer. Habrá paz, pero también habrá guerras. Nuevas naciones se harán
poderosas, reinos se elevarán y caerán. Los dioses de antaño se apartarán, y
nuevos dioses decretarán los hados. Pero al final de los días prevalecerá el
destino, y ese futuro se predice en mis palabras acerca del pasado. De todo
ello, Endubsar, a la gente le hablarás.
Y hubo una
pausa y un silencio. Y yo, Endubsar, me postré en el suelo y dije: Pero, ¿cómo
sabré qué decir?
Y la voz del
señor Enki dijo: Habrá señales en los cielos, y las palabras que tengas que
pronunciar vendrán a ti en sueños y en visiones. Y, después de ti, habrá otros
profetas escogidos. Y al final, habrá una Nueva Tierra y un Nuevo Cielo, y ya
no habrá más necesidad de profetas.
Y, entonces,
se hizo el silencio, y las auras se extinguieron, y el espíritu me dejó. Y
cuando recobré los sentidos, estaba en los campos de los alrededores de Eridú.
Sello de Endubsar, escriba maestro
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