viernes, 8 de marzo de 2013

ENCUENTRA SOLO PARA TUS OJOS Y MENTE EN LA COCTELERA DE LA CLEPXYDRA, TEMAS IGNORADOS, ENIGMAS, Y SECRETOS

La coctelera
Temas tabu
DE REBELIONES Y CAÌDAS
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Grabado antiguo representando a los ángeles caídos uniéndose a las hijas de Adán. La palabra nefilim o nephilim proviene del hebreo que quiere decir los caídos y estos seres eran para la tradición judía y cristiana un pueblo de gigantes resultado de la unión entre los Grigori( los ángeles caídos) y las hijas de Adán (primeros descendientes después de Adán y Eva).
Breve investigación sobre un apasionante misterio bíblico e histórico

La figura o la idea del diablo y el nombre de Lucifer o de Satanás se hallan con frecuencia inseparablemente unidos. Y asociamos su maldecida esencia a la fracasada rebelión que protagonizó contra Dios y que le convirtió para siempre en un ángel caído.
También se nos ha enseñado que fue este mismo diablo llamado Satanás el que tentó con éxito, bajo la forma de una serpiente, a nuestra madre Eva en el Edén, precipitando su inmediata expulsión —y la de su seducido partenaire— del cuestionable paraíso en el que vivían.
No bien habitaba ya el diablo en aquel maravilloso jardín, la rebelión angélica de la que fue protagonista debió de tener lugar en algún momento anterior a la creación del hombre por Dios al séptimo día de su inspirada semana. ¿Pero en cuál de esos seis días previos pudo haberse desarrollado tan insólita contienda? El Génesis guarda silencio al respecto. Ahora bien, este mismo libro relata en otro pasaje un episodio extraordinario que se desarrolló en los albores de aquella humanidad aún recién creada —aunque ya hubieran transcurrido seis generaciones longevas desde el destierro del paraíso—, atañente asimismo a una rebeldía y posterior caída de los ángeles del cielo.
Génesis, 6, 1-8.- «Cuando comenzaron a multiplicarse los hombres sobre la tierra y tuvieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres las que bien quisieron. Y dijo Yahvé: «No permanecerá por siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne. Ciento veinte años serán sus días». Existían entonces los gigantes en la tierra, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos son los héroes famosos muy de antiguo. Viendo Yahvé cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, doliéndose grandemente en su corazón, y dijo: «Voy a exterminar al hombre que creé de sobre la faz de la tierra; y con el hombre, a los ganados, reptiles y hasta las aves del cielo, pues me pesa de haberlos hecho». Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahvé».
En este pasaje tan condensado del primer libro de la Biblia se relatan una serie de hechos que, por sí solos, apenas tienen sentido para el lector piadoso que se aproxima a ellos con un vano intento de reflexionar sobre la fe en que sustenta su piedad.
Para situarnos en el contexto temporal, nos hallamos ante sucesos antediluvianos, en el sentido más exacto del término, y es precisamente a partir del final de la cita cuando da comienzo la historia archiconocida de Noé y el relato del diluvio universal.
Los acontecimientos narrados como de pasada y brevemente en el pasaje genesíaco —o genético— evidencian, entre otras cosas, el abismo existente entre la concepción del hombre predicada en el libro introductorio del Antiguo Testamento, de corte animalesco y de índole creacionista pero des-afiliada, y el sentido absolutista y transcendente que Jesús nos ofrece en el Nuevo, donde al hombre se le atribuye la cualidad espiritual de «hijo de Dios». No así en el relato que estoy comentando, donde los hijos de Dios no son exclusivamente sino los seres celestiales, los ángeles —caídos o no—, o los vigilantes que, desde las alturas, desde las altas bóvedas extraterrenas, tienen la tarea de custodiar el desarrollo de su creación, de uno más entre el resto de los animales que pueblan la tierra, de manera no menos prosaica y alejada de lo espiritual que si estuviéramos hablando de una especie de inmenso zoo planetario. No es de extrañar, no obstante, si tenemos en cuenta que el significado que actualmente damos a la palabra «espíritu» (el de Yahvé que permanecía en el hombre en los días de Edén) se aleja bastante del sentido que podría tener originariamente en hebreo, donde la palabra «ruakh», o espíritu del que el hombre estaría investido, se traduciría por «aliento» o por «viento», en sinonimia con la originaria acepción del pneuma griego.
Y son esos superiores «hijos de Dios» (tampoco se habla de «hijas de Dios») los que copulan —con o sin su consentimiento (eso no importa)— con las hijas de los hombres en una actuación que más parece una violación en masa que una entente cordiale. Pero no acaba ahí la tropelía. Después de consumada una acción cuya autoría el Génesis atribuye a la voluntad voluptuosa de los hijos de Dios, a Yahvé no se le ocurre otra cosa que impartir su justicia condenando al hombre con una frase lapidaria que limitará los días de su vida a 120 años.
De estas uniones antinaturales nacerán posteriormente (aunque, enigmáticamente, se afirma que anteriormente ya «existían entonces los gigantes en la tierra») unos engendros, los gigantes llamados «nefilim», a quienes el texto bíblico reconoce como los héroes de la antigüedad, tal vez refiriéndose a los semidioses del mundo mitológico griego.
Así de escuetamente termina la única referencia del Génesis a esos extraños seres que debieron de poblar la tierra en los albores de la humanidad, a tenor del recuerdo conservado de ellos en tantas dispersas culturas.
Y sin solución explicativa de continuidad, serán nuevamente los pecados del hombre los que desencadenen la ira de Dios (de Yahvé) desbordada (al parecer, también el dios veterotestamentario pecaba siquiera capitalmente), cuyo descontrol emotivo casi destruye todo rastro de vida sobre la tierra mediante el «universal» diluvio del que aún hoy, miles de años después, se conserva memoria atávica en las cuatro partes del globo.

Que de un relato tan interesante como éste, en el que los mismísimos ángeles guardianes son representados adoleciendo de veleidades comportamentales propias de los más bajos instintos carnales que se alejan irremediablemente de cualquier desapegada espiritualidad, se nos ofrezca noticia tan cicatera, nos hace sospechar de su carácter más cercano al mito que a una contrastada realidad pre-histórica. Sin embargo, afortunadamente, el texto presentado se revelará como una simple anécdota bibliográfica teniendo en cuenta la existencia de otros auténticos libros donde el argumento marginal se transforma en tema central.
Pero antes de adentrarnos a analizar qué dicen al respecto esos otros textos, veamos las variaciones que nos ofrece el judío Flavio Josefo en su obra «Antigüedades Judías» (Ediciones Akal, S.A., 1997), Libro I, después de hablar, en un pasaje no menos interesante sobre la descendencia de Set, de la humanidad posterior a Adán.

72 Degeneración posterior. [...] «Y estos durante siete generaciones permanecieron fieles a la idea de que Dios es el señor del Universo y haciendo todo con miras a la virtud, pero luego, con el paso del tiempo, abandonando los comportamientos patrios cambiaron a peor, no ofreciendo ya a Dios los honores debidos ni manteniendo una relación justa con los hombres [no se sabe si Flavio Josefo está hablando de los primeros hombres o de los ángeles], sino que el celo que antes sentían por la virtud lo duplicaron entonces por el vicio, según mostraban en todo lo que hacían. De ahí vino que obligaran a Dios a enfrentarse con ellos. En efecto [aquí se halla la relación causal a que me refiero], muchos ángeles de Dios copularon con sus mujeres y engendraron hijos soberbios y desdeñosos de todo lo bello, por confiar en su capacidad. Y es que estos, según la tradición cuenta, cometieron iguales desmanes que los atribuidos a los gigantes por los griegos. Noé, en cambio, molesto con sus fechorías y disgustado con sus decisiones, trataba de persuadirlos a que cambiaran a mejor sus determinaciones y acciones, pero al ver que no le hacían caso y que, por el contrario, estaban poderosamente dominados por el placer de los vicios, abandonó el país con sus mujeres, sus hijos y las esposas de estos, por temor a que lo mataran».

Nuevamente nos encontramos con breves alusiones a unos hechos que, seguramente distorsionados por el paso de los milenios transcurridos, o prácticamente casi olvidados, resultaron tan trascendentales para la historia de la humanidad que, precisamente a pesar de la lejanía del tiempo en que sucedieron, aún conservaban suficiente relevancia en el consciente colectivo de los pueblos de la antigüedad para pervivir entre sus tradiciones religiosas con una significancia de verdad que nuestros modernos hagiógrafos han categorizado como mito. Pero el mito y los mitologemas no son sino eufemismos lingüísticos inventados por los racionalismos para desvirtualizar de contenido material los hechos reales, que adornados con la forma poética de lenguajes extinguidos, cuya semántica completa no alcanza nuestra comprensión, recogieron los antiguos para que fueran conservados y transmitidos a las generaciones venideras.
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1 comentario:

  1. ESTE TEMA UN TANTO SECRETO" FIGURA EN LA SAGRADA BIBLIA, Y HOY NUESTRO DEPARTAMENTO DE INVESTIGACIONES ESPECIALES LO TRAE PARA UDS, GRACIAS POR LEERNOS

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